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PRÓLOGO -
Y los zapatos siguen colgados en la maldita
ventana
“No existe una
escuela / que enseñe a vivir”
Desarma y
sangra, CHARLY GARCÍA
“[...] pero yo
he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de la
calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce y que enseña
todo aquello que los libros no dicen jamás. Porque, desgraciadamente, los
libros los escriben los poetas o los tontos.”
El placer de
vagabundear, ROBERTO ARLT
¿Cómo resistir esta vorágine?,
¿cómo enfrentar lo trágico del día a día?, ¿con qué medios o herramientas darle
cara al sufrimiento, al dolor, a la muerte, a la indiferencia, a la(s)
soledad(es), al insaciable influjo destructivo del capitalismo y sus nocivos
efectos en las almas desoladas, que no son otras que las clases desposeídas?
¡¡¿Qué mierda nos queda?!!... Pareciera clara y evidente la respuesta que
traslucen los versos aquí antologados; pareciera que nuestro poeta nos abre una
puerta gigantesca de posibles respuestas. Pero no. No hay otra respuesta que la
que nosotros mismos podemos aventurar; no hay otra respuesta que vivir y morir
en el intento. No es la intención de este prólogo analizar con detalle la obra
que acá presentamos con enorme orgullo y felicidad (Sería “hacerle la pega” al
lector); tampoco pretendemos ensalzar la poesía de este joven creador que hoy
da cuenta de una voz renovadora y atrevida (Sabemos que el tiempo nos dará la
razón en materia de reconocimientos). Lo que presentamos aquí no es más que la
somera visión y posterior invitación de un lector ordinario que ha
experimentado, en unas breves páginas, un cúmulo intenso de sensaciones: el
dolor por una patria desgarradora, la atención obsesiva por lo cotidiano, la esencia
ínfima de la aventura y la belleza del desarraigo, el dolor humano por la
muerte terrena y la esperanza del futuro (re)encuentro, los espacios íntimos de
la memoria y sus recovecos, y, por sobretodo, el amor incondicional hacia esa
Emperatriz tan satánica como celestial, tan purificadora como criminal, tan
virgen como puta, que es la Poesía.
“Agarro la vida desde la costilla” nos dice el
hablante y junto a ello nos invita a sumergirnos en la caótica experiencia de
la cotidianeidad: crear es vivir, poesía y vida se hacen una en esta lucha
despiadada del día a día. Versos que nos duelen por su desgarrador sentido de
la verdad. La poesía (y probablemente todo arte) nos duele y nos produce ese
escalofrío inefable cuando está escrita desde un sentido de pertenencia, desde
una verdad vivida, desde una experiencia notable de aquel que ha mirado de
frente, cara a cara la realidad y ha tenido las herramientas necesarias para
transformarla. Versos con ese “olor a vida citadina”, a la pestilencia propia de esas almas desoladas que pueblan un triste
Santiago Centro, ese olor a los ancianos que se pudren en su casa en Quinta
Normal esperando loablemente a la “Vieja Lacha”, el olor al paragüita que se
consume en las bocas expectantes de los cabros en una cuneta cualquiera de un
barrio cualquiera de un Maipú cualquiera. El poeta nos dice:
“La poesía es mucha cuando se
inmiscuye
en los intersticios de la
experiencia
y nos permite volver al lugar de
siempre”
Es ahí donde reside la fuerza de
estos versos osados, en esa capacidad rupturista de “hacer tira” un poema, de
jugar con las posibilidades infinitas y desconocidas de la escritura:
incrustarle titulares de noticias, jugar con un lenguaje esquizofrénico,
desarmar mitos clásicos y chilenizar héroes griegos, jugar constantemente con
ese capital cultural y popular que sorprende por su llegada inmediata y su
sencilla comprensión. Todo esto enmarcado siempre por ese sentido de verdad, la
defensa de la experiencia por sobre la creación por crear. No existe el arte
por el arte, no hay nada parecido a «una obra de arte en sí misma»; el
verdadero creador corajudo, atrevido y rupturista tiene plena consciencia de su
época, de sus predecesores y de la tradición que lo antecede. Resuenan en estos
versos las voces de Jorge Teillier o Nicanor Parra, de Pablo de Rokha o César
Vallejo; riquísima tradición absorbida y reinventada por el poeta. Así, la
poesía se configura como contestataria de la realidad actual en la que surge;
responde a las necesidades propias de su contemporaneidad contextual: se
enmarca, en definitiva, dentro de un tiempo y espacio determinados. Esto no
impide, en lo más mínimo, que el poeta explore otros escenarios y quiebre, en
el sentido huidobriano, todo sentido cronotópico: el acceso a mundos inestables
de la memoria, la nostalgia de un pasado mítico que se intenta recuperar, ese lugar de origen al que siempre queremos
volver y que sabemos que el único camino de vuelta hemos de transitarlo de la
mano de esa Dama oscura y siniestra.
Un reconocido escritor nacional
dio cuenta, alguna vez, de un efectivo consejo: “Utilicen sus heridas; escriban
a partir de ellas”. ¡Y vaya que se evidencian en estos versos audaces y dolorientos! Somos cuerpos y almas
descuartizadas, todos somos Hans Pozo (“todos somos…”, la frase de moda
de las campañas seudopolíticas que intentan generar algo de consciencia).
Desvarío, me desvío. El lector misericordioso ha perdonado peores. Retomo:
Saltan a la vista, en estos versos, las heridas humanas propias del individuo
que ha vivido tanto en tan poco, heridas que develan el dolor humano, el dolor
por la pérdida, el dolor por el estado actual de las cosas y la indiferencia de
aquellos que no velan más que por su propio devenir; el dolor de un país de
mierda, hipócrita, resentido. Neruda estuvo cerca: “La poesía nace del dolor.
La alegría es un fin en sí misma.”
Pero no todo es lamento en esta poesía atrevida, en absoluto. La
esperanza de la guerrilla, de emprender la batalla contra la indiferencia, nace
del coraje, del simple atrevimiento de ser “pendejos zarpados”, de ponernos a
gritar como enfermos. El grito ha de llegar hasta el oído más tapado en
cerumen. Esa es la invitación: tomemos la pluma y lancémosla por la ventana,
que vuele sola por todos los rincones de este mundo y de muchos otros. Gritemos
lo que nos pasa, aunque sean muchos los que no quieran oír(nos). Gritemos la
verdadera desgracia de nuestro pueblo; lloremos a los que no tuvieron los
medios o el aliento necesario para hacerlo; celebremos a los que, desde el más
mínimo gesto, fueron y han sido VERDADEROS REVOLUCIONARIOS. Así, este hablante,
esta voz poética corajuda y sin miedos, se configura como la voz de toda una
Generación indignada y subversiva. Pero también, es la voz de la esperanza, del
renacer poético, del obrar, del crear, de la renovación: “Se hace necesario
vomitar: / Como Goethe / también odio de
manera inconmensurable a los periódicos. / Creo necesario incendiarlo todo, /
pero de una manera inteligente / no como el imbécil de Nerón. […] Una vez todo moribundo / esgrimir
una impoluta canción / que busque algún atisbo de belleza / entre tanta raíz
muerta antes de ser parida.” Poesía que apunta a la innovación, una invitación
eufórica y enfática a mirar lo habitual desde otra dimensión, a reconstruir un
País en cenizas y a crear como locos, como malos de la cabeza, como si nos
fueran a matar mañana.
Un canto desesperado a tópicos reinventados: el amor,
la amistad, la memoria, el viaje, la muerte, la vida. Todo conectado de una
manera bellísima y cuidadosa, conexión que asombra por su simpleza y su
tremenda honestidad. La esperanza de la No-Muerte,
del Baile eterno, del Carnaval interminable, de la Fiesta que no acaba. La
certeza ineludible del (re)encuentro con aquel que se ha extraviado de la vida de los vivos, pero que está siempre
ahí, acechándonos con una mirada
cómplice y una sonrisa irónica, propia del vaticinador: “Nos mataron el
tiempo, Seba. / Pero nos dejaron vivos. / Vivitos y coleando / arriba de esta eterna piedra universal. / Y vivos como quedamos / bailamos la noche sin tiempo.” La
majestuosa belleza del lugar de origen,
espacio mítico al que siempre hemos de volver: la Memoria. Retornar a nuestros
sueños de infancia, sueños ingenuos y puros. Rememorar momentos de mínima
felicidad: el dibujo animado que queríamos imitar, el primer seudo-beso, el
primer seudo-amor, las ansias por completar el álbum de láminas y el anhelo por
el escondite perfecto. Jorge González y la panacea de todo infante en busca de
aventura: “Una casa en un árbol / donde no me encuentre nadie…” El hablante,
por otra parte, reconstruye esta felicidad no como la pérdida de un tiempo
mítico, sino todo lo contrario: la felicidad de un futuro venidero, el retorno
al útero sacro, la esperanza de lo circular:
“[…] y que a lo
único que no debemos traicionar
es a nuestra
infancia
al niño que fuimos
a la casa que
construimos en el árbol de la plaza
y fue nuestra
patria,
nuestra ética
y fue también
nuestra verdad.”
Salta a la vista la complejidad y la variedad
temática de los poemas aquí antologados. Parece reduccionista resumir todo lo
dicho en una simple afirmación, pero hemos de caer en el error consciente de la
cursilería y el cliché: La fuerza del amor por la creación artística trasciende
toda indiferencia; es nuestro mecanismo de resistencia. Quién sabe, quizás
algún día los versos que presentamos a continuación despierten el interés por
la escritura en corazones furiosos y el amor masivo por esa Diosa olvidada pero
nunca enterrada: la Poesía. Nunca está de más reiterarlo, compañeros: el grito
ha de ser armónico, una sola canción mancomunada.
LA VIEJA SAPA CARTONERA, Julio 2013
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