Somos
los que viven
al
otro lado del río o de la vía férrea…
(Crónica del forastero, Jorge Teillier)
La vida no era esa alienación del
artista moderno separado de su origen y viviendo tras el espaldarazo de una
posteridad oficial y alcanzable, sino algo que venía de más lejos y que había
que rescatar desde el otro lado de la historia, el lado oscuro, obsceno,
marginal, degradado, ajeno.
(Naín
Nomez)
Bajarse
del tren en la Estación Central para chocar directamente con la urbe, con todo
el olor de esos bosques apocalípticos y genésicos, apolíneos y dionisíacos que
solo saben dibujar los vientos del sur de Chile, en los bolsillos. Llegar a la
Alameda con olor a vino en las muelas y
el terno viejo lleno de manchas púrpuras. Caminar por los Centros comerciales
con todo ese murmullo desolado que se
deja sentir en las cantinas del Valle Central chileno, esa
tierra prodigiosa que tantos y tantas poetas nos ha regalado. Toda esa
dialéctica se configura de manera magistral en este poemario, obra híbrida de
Teillier, donde el choque con la urbe se hace más palpable. Poemario de tránsito, su título ya lo
dice: es la Crónica de aquel Forastero que deja físicamente la aldea, el Lar,
para instalarse en los ruidos de la metrópoli, que se asienta de una manera particular, no de cualquier manera, este habitante viene
a instalarse en las orillas de la vorágine citadina, sujeto poético que narra
desde las cloacas y observa sin ese afán romántico de eternidad y trascendencia
la alienación de la que es testigo y actor, sujeto que a la vez se defiende
construyendo un espacio propio en la memoria, asumiendo de antemano que esa
memoria no le traerá de vuelta aquel paraíso
perdido. Es importante tener claro esta apuesta, fundamental para entender la
obra de Jorge Teillier al interior de la galaxia poética nacional.
Si bien este poemario es del año 1968, no se aleja de manera capital de toda la obra anterior de Teillier, se entronca –con diversos matices– en la poética que se hizo conocida ya en los años finales de la década del 50 con sus primeros libros, esa poesía lárica de la cual fue uno de sus mejores cultores. Esta poética es heredera, pero no la copia servil, de la marca que deja la poesía parriana en nuestro país; es, junto a Gonzalo Rojas y Enrique Lihn, una de las tres variantes más fértiles y originales que se hacen cargo de la desacralización de las vanguardias poéticas de los años 20’. Recoge, al igual que las otras dos, esa necesidad de religar el arte con la vida, esa necesidad de comunicación con el resto de los mortales y no el hermetismo del lenguaje vanguardista, ese sujeto en crisis y lleno de un escepticismo que no lo inmoviliza, pero que sí muchas veces sublima recurriendo a la ironía desesperada y al refugio en universos propios. La poesía de Jorge Teillier se enmarca en este contexto post-Parra pero de manera original.
Es una poesía que también recoge un lenguaje cotidiano pero que no se contenta solo con reírse de la tragedia cotidiana, no es solo ironía y un humor negro del cual Parra es un exponente notable, es una poesía que busca construir un espacio propio en la memoria, una poesía de muchachos que dejaron el mítico sur de Chile para sufrir los embates de la gran ciudad; son conscientes de ello pero buscan en la poesía esa posibilidad mágica de armar una balsa en medio del diluvio, un sentido dentro de lo absurdo, anclarse a un espacio propio en medio del turbulento tsunami que es la urbe. En palabras de Nomez es un “repliegue afectivo frente a un mundo adverso, repliegue que se resuelve en el refugio de un mundo aldeano integrado a la naturaleza que es solo una imagen desplegada en la memoria (…) Aquel paraíso perdido que ni siquiera la memoria es capaz de retener porque se convierte en pura imagen soñada.” (13) Vemos entonces un poemario que asume esa tensión y la narra desde una cotidianeidad que envuelve todos los objetos, todas las imágenes y todos los olores, una poética que no cae en el descriptivismo rural que se queda en la mera observación, Teillier penetra en los objetos desde su posibilidad mágica, esa posibilidad que lo consagra como víctimas de ser poesía y lo consigue: todo es poesía en Teillier, en este caso su viaje mítico, espacial y mental es cantado desde esa trinchera, la trinchera de una poesía que debe servir también para respirar.
Esta es la particularidad que pondrá el nombre de Teillier como referente inmediato de las próximas generaciones. Es simbólico ver cómo la poesía posterior, generación del 60’ y varios espacios universitarios mediante revistas (Arúspide, Trilce, etc.), tendrá como icono la poesía de este poeta solitario, que narraba sus historias de cantina en cantina y nunca espero nada. No fue un poeta funcionario, para tomar sus propias palabras, y vivió la poesía desde el día a día, desde la belleza y la oscuridad que tiene en sí mismo el pasar de los días. Un poeta que vio en la poesía la necesidad de respirar, de caminar con los suyos y brindar por lo que nadie brinda; un poeta que dejó su marca en toda la poesía posterior desde los gestos y gritos cotidianos.
«Un canto desde lo cotidiano». Así, con palabras sencillas, puede ser descrita esta obra del autodenominado “guardián del mito”, el verdadero “poeta de los lares”: Jorge Teillier. Un canto de amor repleto de imágenes nostálgicas de la memoria, el diálogo constante con un pasado mítico, idílico, que se intenta recuperar mediante la interiorización personal y el desborde sin límites de la imaginación poética. El recuerdo, la reminiscencia de espacios perdidos de la infancia, se configura, entonces, como uno de los motores fundamentales de este poemario y de gran parte de la obra teilliereana. En este poemario, en particular, el lector asiste a una mitificación del tiempo y del espacio cotidianos: una época, una juventud dorada que se pretende actualizar mediante el recuerdo, la trascendencia de lo cotidiano en la búsqueda de un ideal, una persecución irrefrenable, utópica, de una sociedad con memoria, la restitución de valores ya perdidos, y una caracterización individual de un Chile marginal.
No soñamos con ser médicos ni abogados, ni/ empleados de banco. Para otros está/ el pasear como tenientes con las buenas muchachas/ del pueblo (sin embargo, cuánto daríamos para que/ apareciera una mujer en el frío lecho de estudiante)./ Leemos a hurtadillas bajo el pupitre, o bajo las sucias/ ampolletas de las pensiones a Dostoievski, Hesse,/ Knut Hamsun… (Teillier, XIV)
Aquella nostalgia,
aquel recuerdo inmediato de un momento particularizado de la existencia,
aquella convicción idealista, aquellos sueños de antaño, aquel vivir apasionado
con y por la literatura: todo confluye en la (re)creación de un vivir mundano
que en la contemplación de imágenes espectrales trasciende lo cotidiano en pos
de la constitución mítica de un tiempo añorado.
En términos espaciales,
.la construcción poética del sur de Chile compone una escenografía mítica,
dominada por lugares nostálgicos y por un profundo desarrollo de la
contemplación rural. La vida provinciana como un “recuerdo inventado”, una
ambigüedad entre lo real-mundano y lo trascendente-mítico, siempre en
convivencia con el constante diálogo con los muertos, sombras espectrales de la
memoria. Todos estos elementos confluyen en una mitificación cronotópica en Crónica del forastero, donde tiempo y
espacio trascienden su aparente “cotidianeidad” alcanzando una dimensión
mítica, sobrenatural, exótica y legendaria: “Los muertos quieren dirigirse a
ti/ con los fríos peces de sus palabras./ Las alas de los tué-tué golpean
ventanas./ Hay que ofrecerles pan y queso:/ ellos volverán a pedirlo/
transformados en hombre. (Teillier, IX).
Un poemario que gira
entorno a uno de los tópicos más utilizados dentro de la historia de la
literatura, pero que se actualiza de un modo a lo menos novedoso, configura un
libro circular dominado por un constante deseo de retorno. El viaje como un tránsito, un eterno andar no sólo por
los espacios físicos del territorio, sino también por los caminos más profundos
de la memoria. Es en este viaje, en este eterno recorrido, donde afloran los
recuerdos más íntimos del sujeto textual, el cual construye su propia identidad
mediante un deseo imperante por volver al lugar de origen: “Ninguna ciudad es
más grande que mis sueños./ Volveré al inviernos del sur…” (XI). Es en este
tránsito –que va de la ruralidad del sur a la urbanidad de la capital– donde se
genera el acto mágico y renovador de la socialización, el encuentro y el
contacto personal con diversos “personajes cotidianos”, todos ellos seres
marginales, pintorescos y vulgares: el pobre organillero, un militar jubilado,
un campesino, el ciego de la guitarra, etc. La resolución aparente de este
ansiado retorno conlleva un componente desolador, trágico: el influjo de la
modernidad y la tecnologización de los pueblos. “Ahora,/ bosques quemados./ Tierra/
que muestran su desnuda y roja osamenta./ Faltan madera y trigo/ Sobran radios
portátiles/ y hoy día tenemos televisión.” (XXII). A pesar de esto, un rayo
esperanzador que da cuenta de la resistencia y el mantenimiento de la ruralidad
ilumina el territorio de los pueblos: “Sin embargo,/ la tierra permanece.”
(XXII).
Señala Roberto Arlt: “Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se
necesitan excepcionales condiciones de soñador”. Condiciones que en el “soñador” Jorge Teillier saltan a la vista.
En suma, esta obra
refleja el objetivo estético-artístico de la poesía de Jorge Teillier, una
poesía que como él mismo señala busca “superar la avería de lo cotidiano” desde
lo cotidiano mismo, en la persecución eterna del fin poético central: “transformar
la poesía en experiencia vital”.
LA
VIEJA SAPA CARTONERA
Octubre, 2012
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ResponderEliminarMuy bueno tu comentario! Quiero publicarlo en La Mancha...Contéstame!!!!
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