Siempre lo supo, desde niña su
lengua se movía sola sin saber por qué. Sus ojos se clavaban alrededor de todos
los roedores y rincones por donde caminaba.
Siempre lo supo. Entre las
cortinas y las bisagras se pasaba horas y horas. Vive en una casa esquina, la
única casa que da vista a todo el barrio, y ese, ese es su gran placer: observar
todo lo que ocurre en sus pasajes y soltar la lengua. Hacer volar la lengua,
hacer gemir la lengua, hacer estallar la lengua. “La lengua suelta es lo único que tengo” se le
escuchaba decir, “no tengo nada más”.
Siempre lo supo. Era LA VIEJA
SAPA del barrio. Estaba en cada uno de
los rincones de este y siempre traía la última novedad, el último rumor, el
último cahuín: la vida de sus calles no se sabía mejor en otro lugar que no
fuera en su lengua. Por su lengua francotiradora pasaban todas, absolutamente
todas las historias: ocultas y no ocultas, dignas de gloria o dignas de
vergüenza, sublimes o vulgares, conocidas o emergentes, ¡todas!
Cada anécdota que nacía entre sus
cuadras era, para ella, digna de ser contada. Generaciones y generaciones
pasaron por su boca. Hoy se sabe vieja, pero sabe que las palabras no mueren
cuando muere quien las dice. Hoy se sabe
sola pero eso no la detiene, sabe que sin su boca el barrio, la telaraña de sus
rincones, no sería lo mismo. Fue hecha para gritar lo que otros guardaban entre
dientes, fue hecha para hacer público lo privado, para hacer patrimonio común
lo que otros guardaban para sí mismos: estaba vieja, sus palabras no, estaba
sola, sus chismes jamás. Tan sapa como era también lo era de astuta, sabía que
sin ella su barrio no sería lo mismo, sabía que sin ella cada historia suelta
no llegaría jamás a ser saber colectivo, canción mancomunada.
Siempre lo supo. Hoy sigue tras
las cortinas cazando lo que pueda cazar, toda la geografía del vecindario está
hecha para ella: LA VIEJA SAPA.
Siempre lo supo y hoy junta
cartones en el patio de su casa. Sabe que los tiempos son difíciles, sabe que
la única forma de combatir el vacío es poner sobre la mesa la humanidad, el
grito de cada uno, sépalo o no lo sepa: el grito debe ser mancomunado o el
silencio seguirá siendo el aliado perfecto de los poderosos.
Siempre lo supo. Hoy junta
cartones en el patio de su casa para combatir el largo invierno de las masas,
vive tras sus cortinas para luego poner su lengua en medio de la plaza pública.
Hacer visible lo invisible. Hacer de todos lo que no era de nadie.
Siempre lo supo, y hoy junta
cartones para incendiar con sus propios restos el corazón de la época.
LA VIEJA
SAPA CARTONERA (otoño
del 2012)
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